24/11/16

El rugby como brújula, no como culpable

 A esta altura, está claro que a alguna gente le produce hasta cierta simpatía, morbo y curiosidad todo acontecimiento negativo que pueda suceder en torno a una pelota ovalada.
Posiblemente, culpar al rugby de todos los males implica una revancha para un gran número de personas desprovista de valores. Y detrás de ese escenario, siempre está presente el afán de generar un efecto impacto que sea redituable, una noticia que produzca ruido y logre movilizar.
Lo cierto es que una noticia “sobre rugbiers” produce un efecto inmediato y multiplicador para la audiencia. Como si una parte de la sociedad estuviera agazapada para ver como un deporte que se jacta de ser formativo exhibe comportamientos turbios, inmorales o alejados de los parámetros adecuados.
El auge de las redes sociales y la posibilidad de multiplicar mensajes y noticias de manera meteórica muchas veces trata de generar una sensación de que el rugby convive con cosas nocivas.
Todo aquello que vulnere el espíritu del juego o atente contra la integridad física (dentro y fuera de la cancha) pareciera les  genera un atractivo especial. Importa más un hecho de violencia aislada que miles de partidos que se desarrollan dentro de los cánones de autocontrol, respeto y buena fe que impera en el 99% de los casos.
Pero no solo se trata de violencia, sino también de cualquier “hecho negativo” que genere impacto en la sociedad. Y, en esa vorágine de culpar al juego de todo lo malo, se ha llegado a límites rayanos a lo ridículo.
Si un club de rugby alquila su predio a un tercero y allí se comete una violación “la culpa” la tiene el rugby. Si se produce un hecho que pueda ser emparentado de alguna forma con abuso de menores en una fiesta llevada a cabo en un club de rugby “la culpa” la tiene nuestro deporte, más allá de que hubiera jóvenes de cualquier otro deporte.
Lo cierto es que en la Argentina el rugby es practicado por 120.000 jugadores. Dentro de esa masa inmensa de personas sería una utopía creer que todos son inmaculados y consecuentes con los valores que representa nuestro deporte. Y también sería ridículo que el rugby debería hacerse cargo de sus comportamientos privados.
El rugby se juega desde hace casi dos siglos (1823) y está ampliamente comprobado que los valores que transmite el juego no son palabras vacías o un discurso hueco, sino algo absolutamente palpable.
Es una realidad que el rugby hace mejores personas. No obstante, sería un exceso que nuestro deporte deba hacerse cargo de todo aquello que realizan quienes lo juegan o practican.
¿Qué pasaría si el futbol fuera noticia y debiera hacerse cargo de la conducta privada de todos aquellos que practican ese deporte?… Habría miles de hechos deshonestos e inescrupulosos cada día. Sin embargo, ello no aparece en ningún portal, no lo vemos en ningún canal. No tiene el más mínimo eco, porque lisa y llanamente es una noticia que no interesa…
No estoy sosteniendo que el rugby y todo lo que lo rodea sea inmaculado. En absoluto. Solo afirmo que el juego goza de buena salud y de una serie de bondades que lo hacen estar muy por encima de la media de nuestra sociedad en término de valores.
En una comunidad que ha denostado la figura de la autoridad, el rugby mantiene saludables niveles de tolerancia y respeto hacia quienes la ejercen.
En una sociedad que desprecia el trabajo duro, el rugby te enseña a esforzarte y a forjar el carácter en la adversidad.
En un mundo que predica la salvación individual, el rugby te invita a trabajar en equipo y a dejar a un lado egoísmos personales…
El rugby es hoy un oasis dentro de la sociedad, pero sigue perteneciendo a ella. En el mar de desvalores y desapego a la autoridad  a las normas en la que se ha convertido nuestra comunidad resulta imposible que algunas gotas no nos salpiquen.
Existe infinidad de hechos positivos que se suceden a diario en el mundo del rugby. Comunicarlos generaría un proceso multiplicador, un efecto contagio extraordinario y además un círculo virtuoso que redundaría en un ejemplo y una mejor sociedad para todos.
Aspiro a que el rugby se erija como una suerte de brújula y modelo para nuestra sociedad, y que no sea más estigmatizada como culpable de todo lo malo que pueda girar a su alrededor…

9/11/16

Los valores del Rugby: Siempre hacia adelante


Para algunos es un deporte violento y donde no se usa el cerebro para nada. “No hay técnica, solo debes golpear al adversario” es lo que dicen algunos. La realidad es muy distinta. Pero además de que en el rugby, la técnica y el razonamiento rápido bajo presión son fundamentales, existe algo especial que lo diferencia de muchos deportes: los valores que enseña.
Mientras en algunos deportes se celebran los piscinazos y el fingir estar lesionado para sacar ventaja de una situación, en el rugby se finge no estar herido para continuar en la cancha. Jugar es un privilegio, vestir los colores de tu club representa un honor, y ponerse la piel de tu país es una de las cosas más hermosas que le pueden pasar a un jugador de rugby. Este deporte no enseña a ser violento, enseña a respetar al rival y a tus hermanos (de otra madre, pero de igual sentimiento) porque sin ellos no habría juego.
El rugby, enseña que el esfuerzo es el único camino para lograr los objetivos. Y es que “la actitud, mata al talento”, porque si se tiene la actitud para seguir adelante a pesar de haber fracasado, seguro conseguiremos lo que nos proponemos. El rugby además, enseña que después de 8 tackles debes levantarte y seguir jugando hasta que suene el pitazo final, y lo haces porque se tiene una actitud especial para encarar las cosas. La misma actitud que ayudará a enfrentar diversos problemas en la vida y que seguramente serán vencidos porque, como se enseña, siempre hacia adelante.  La esencia del rugby radica en que todo se consigue con esfuerzo y ese es el mejor camino.
Este deporte, es un crisol de valores. No solo enseña respeto y esfuerzo, sino también capacidad de recibir críticas y ser auto-crítico. Aquí, no se “putea”, aquí se ayuda. No es un juego de uno, o de una super estrella, es de todo el equipo.
Por si fuera poco, se forja disciplina. La cual se practica cada martes y jueves en los entrenamientos, los fines de semana en la cancha y cada mañana en el gimnasio aunque el sueño a veces quiera vencernos. Disciplina que nos hace decir, “hoy no puedo, mañana tengo partido”. Disciplina que algunos seguramente dirán son “tonterías”, pero que en el fondo sabes que eso significa estar lo más posiblemente entero* para jugar por tu club.
La palabra Humildad, con H mayúscula como los palos, la tenemos grabada en nuestras mentes. Ante la victoria Humildad, cuando se anota un try Humildad. Ambas cosas no se consiguen por fortuna, están labradas en base a esfuerzo y dedicación, a sacrificios. Humildad, porque es sobre ese camino que se hacen los campeones.
 Estos son solo algunos valores que el rugby enseña y que cada día nos acompañan en nuestra vida. Esfuerzo para dar lo mejor cada día en la escuela o el trabajo. Para no rendirnos ante la adversidad que enfrentamos, para saber que solo con mucho mucho y mucho esfuerzo las cosas se logran. Respeto, con todas las personas. Respeto que también es tolerancia y que se ve reflejado cuando no corremos a reclamar al arbitro por que nos pareció mal su decisión. Respeto para acatar las reglas y jugar (vivir) en armonía. Humildad para saber que todos tenemos la misma pasión y que nos esforzamos para ser mejores. Humildad para hacerle el pasillo al equipo perdedor o ganador, y aplaudir muy fuerte dando las gracias. Humildad que nos hace mejores hombres de rugby y personas.

1/11/16

La ensenanza del Rugby



La fortaleza de un equipo reside –a diferencia de lo que pasa en el fútbol– mucho más en el esfuerzo que en el talento.
Cualquiera que decide con convicción –y duro entrenamiento previo– que es capaz de tacklear, o al menos detener, a un rival que intente pasar con la pelota, tiene una buena oportunidad de hacerlo, por menos dotes naturales que tenga.
Del mismo modo, si hay algo que sirve en el rugby es que todos los jugadores sean muy distintos entre sí, y que cada uno pueda sacar mejor partido a su condición, lo que lo hace muy democrático, pero a la vez muy exigente.
En la cancha los necesitamos a todos: los altos, los bajos, los flacos, los gordos, los rápidos y los no tanto, los con buena patada o los con habilidades en las manos. La desigualdad (llena de esfuerzo individual y colectivo) es bienvenida.
No es la disciplina del idealismo, ni de la victimización. Es un deporte muy pragmático, donde el árbitro no se pierde en lo comunicacional, ni menos en los que reclaman. Si una jugada es dudosa, no tiene problemas de hacerse valer de la tecnología con el objeto de otorgar una mejor decisión. Los simuladores no tienen cabida: sólo terminan perjudicando a su propio equipo. Los incentivos están más bien puestos en resistir con reciedumbre y autodominio los embates del juego.

No es una competencia del exitismo ni de la comodidad. Difícilmente hay triunfos fáciles. 
Nadie puede “hacerse una pasada” en el rugby. 
 
La planificación, el trabajo a largo plazo son condición necesaria para lograr una victoria. Todo el esfuerzo –y sobre todo colectivo– en pos de un objetivo común puede derrumbarse en los últimos minutos, porque el equipo es tan fuerte como el más flojo de sus jugadores.

Y, definitivamente, no es un deporte para indignados. En una sociedad donde hemos manoseado y vaciado el contenido de la palabra “lucha” y la hemos llenado de reclamo, indignación, amargura, odio y resentimiento, nos cuesta entender que la verdadera pelea no es con el árbitro, ni siquiera con el rival, sino con uno mismo.

Aquí no hay excusas ni reclamos del tipo “por qué me pasa esto a mí”. Si alguien de dos metros de altura, 120 kg de peso y de gran habilidad física tiene la humildad para pedirle perdón al referí por la falta cometida, y acatar sin más su decisión –incluso cuando dicha decisión es inmerecida o derechamente injusta- tenemos una gran lección de resiliencia que aprender.

Por eso, la única manera de jugar el juego es respetando las reglas. Nadie intenta ganar un partido reclamando desaforada o masivamente ni menos intentando cambiarlas sobre la marcha, sin que ello impida que de tiempo en tiempo –y no mientras se juega un partido– éstas puedan revisarse para ver cuáles funcionan y cuáles no. Posteriormente, con calma y luego de mucha reflexión, ciertas reglas puedan evolucionar, ser modificadas o perfeccionadas gradualmente, sin desmerecer ni desconocer el valor de la tradición abierta a la evolución.

Decía un monje irlandés a los niños que debían jugar rugby para conocer el esfuerzo y el sufrimiento del trabajo en equipo; respetar la autoridad, crecer bajo la aceptación, valorar el silencio, y sobre todo, lo que cuesta ganar un metro en la vida y lo fácil que es perderlo por no saber callar.

Pero quizás la lección más relevante se entrega al final del partido, cuando el equipo ganador hace un pasillo y agradece el esfuerzo del perdedor, enarbolando quizás todo eso que hemos perdido como sociedad: educación, esfuerzo, respeto, silencio, trabajo, dedicación, responsabilidad y, sobre todo, humildad.

¿Quiere dejarles algo a sus hijos? Aun si usted no juega o no sabe las reglas, hágase un favor y cómpreles una ovalada; vale lo mismo que una redonda.

Eso sí, no espere una gratificación instantánea: se lo agradecerán en muchísimos años más, cuando nos acompañen en los minutos finales del partido más importante. Usted los esperará luego para celebrar juntos el tercer tiempo...