Aquí, en primera persona, cuenta sus sensaciones sobre la conducción de un equipo.
Para todos quienes entrenamos y colaboramos en forma directa con el juego es indudable que estamos en tiempos difíciles.
La presión por ganar a
cualquier cualquier precio y de cualquier manera, puede hacernos perder
el rumbo e incluso alterar y menoscabar nuestra leal forma de actuar.
Hoy en día, la tarea del entrenador pareciera deambular peligrosamente entre dos extremos.
A la madeja de enormes
poderes y potestades que implica establecer y marcar el rumbo de los
jugadores, se le agregan o anexan las enormes responsabilidades que
ello implica, con la consiguiente presión. Por todo ello y
parafraseando al escritor Marcos Aguinis, ejercer la profesión puede
resultarnos un atroz encanto.
Decimos un encanto porque
que es indudable que la practica de la profesión genera en quien la
ejerce satisfacciones de las más variadas, que la convierten cuanto
menos en agradable y placentera.
Orientarlos, indicarles el
rumbo, transmitirles conocimientos y empaparlos de valores para la
vida, suele resultar gratificante y devolver con creces el esfuerzo y
la dedicación esgrimidos.
Es esa aura de energía que
los jugadores nos trasmiten, la que nos moviliza y nos da fuerzas para
perfeccionarnos a fin de tratar de ser cada día mejores.
Pero asimismo, hay en todo ello una atrocidad
que convive simultáneamente con el encanto. Ella esta dada –
básicamente – por las presiones y responsabilidades que llevamos a
cuestas.
Las enormes presiones y las
exigencias casi diarias por obtener resultados, la transforman muchas
veces en una tarea insalubre. Presiones que más allá del equipo – bueno
o malo, profesional o amateur – siempre existen.
En estos tiempos en que la
paciencia es un bien en desuso y la corrección y lealtad un valor cada
vez más escaso, es nuestra responsabilidad mantener al deporte en
condiciones saludables.
La presión se ha convertido
en insoportable para muchos. Por ello, solo aquellos que puedan
dominarla o manejarla podrán transmitir verdaderos valores y
desdramatizar lo que es en su esencia un deporte formativo.
Aquel entrenador que
acompaña y alimenta la vorágine de los padres que quieren el triunfo de
sus hijos a cualquier precio, sin importar reglas ni formas, o aquel
que pretende el éxito sacrificando los modos y las formas de la más
sana convivencia deportiva, está atentando contra el correcto desempeño
de esta profesión.
Hacer honor a la responsabilidad que nos compete es mantenerse ajeno y al margen de las presiones de nuestro entorno.
De esa manera, tendremos mejores chances de no equivocar el camino en cuanto a la forma de conducir grupos y de enseñar.
Hacernos fuertes en
nuestras convicciones, no cambiar la receta del éxito por la del
triunfo efímero bajo ningún motivo, sin importar razones ni
circunstancias, es dar el paso fundamental hacia el dominio de uno
mismo y del entorno que nos rodea.
Por ello, está en nosotros
como colaboradores no dejarnos absorber por la decadencia resultadista y
apuntar a ser fieles y coherentes con nuestros principios y
convicciones mas allá de todo.
Esa convicción y seguridad
de no desviar el rumbo, incluso ante las más diversas adversidades, es
la que nos permitirá transitar siempre por el camino del respeto, la
honestidad y la mesura...